Tlahui-Politic. No. 8, II/1999
Narcotráfico: el eje de la política de USA en América Latina
Información enviada a Mario Rojas, Director de Tlahui. Colombia, a 30 de Septiembre, 1999. Usa/Col - El narcotráfico se convierte en el eje de
la política USA en América Latina.
Equipo Nizkor, miembro del Serpaj Europa, Derechos Human Rights (USA) y del GILC (Global Internet Liberty Campaign).
Información.
EL NARCOTRÁFICO REEMPLAZA AL COMUNISMO COMO EXCUSA DE LA INTERVENCIÓN
USA EN AMÉRICA LATINA.
La política de EE.UU. hacia Colombia, a punto de descarrilar
DIRECTOS AL DESASTRE
La administración de Clinton está a punto de realizar un giro político
decisivo en lo relativo a Colombia, un país atrapado en una prolongada
guerra civil contra las guerrillas de izquierda que se ha cobrado
decenas de miles de muertos. Hasta ahora, la administración de Clinton
había intentado mantener una fina línea entre la contrainsurgencia y la
lucha contra la droga en el apoyo que Washington presta a la policía y
al ejército colombianos. Pero después de la visita que realizaron
recientemente a Colombia Barry McCaffrey y Thomas Pickering, director de
política de drogas de la Casa Blanca y subsecretario de estado,
respectivamente, ha quedado claro que Washington está a punto de actuar
de forma más agresiva en la zona. La amenaza que suponen los rebeldes
para las clases dirigentes políticas y económicas de Colombia ha animado
a EE.UU. a cambiar de estrategia: de la intervención indirecta, con una
actitud relativamente distante del conflicto con la guerrilla, a la
intervención abierta.
En otras palabras, el Departamento de Estado y el Consejo de Seguridad
Nacional de EE.UU. han abandonado su cautela anterior y han cedido a los
políticos de la administración de Clinton, que temen que los
republicanos estén preparando un ataque frontal al gobierno por mostrar
"debilidad" en la lucha contra la droga y contra la guerrilla. Para
contraatacar, la administración de Clinton está dispuesta a tomar la
iniciativa, de cara a la opinión pública, para convencer a los
estadounidenses de que las guerrillas suponen una amenaza inminente y de
la necesidad de actuar con urgencia. La estrategia de la Casa Blanca
pasa por asegurar a la opinión pública que la intervención en Colombia
será limitada, pero a los estadounidenses les dijeron lo mismo cuando
EE.UU. intervino en El Salvador a principios de la década de 1980: al
final, EE.UU. destinaba casi mil millones de dólares al año para
financiar la terrible guerra de un régimen militar contra sus
ciudadanos. Alrededor de 750.000 salvadoreños se exiliaron a Estados
Unidos durante el conflicto, y los escépticos se preguntan ahora cuántos
cientos de miles de colombianos decidirán marcharse a EE.UU. si
Washington interviene para "liberar" a Colombia de las guerrillas y
empeora aún más la situación social del país.
La razón extraoficial del cambio de política, que elimina cualquier
distinción entre la guerra civil colombiana y la lucha contra la droga,
estriba en que EE.UU. no ha hecho nada hasta ahora para impedir que las
poderosas mafias del narcotráfico actúen en los territorios controlados
por la guerrilla, alrededor del 40% de la zona rural del país. Las
guerrillas, o los "narcoterroristas", como los llama ahora McCaffrey,
utilizan el aumento de sus ganancias por medio del "impuesto de guerra"
abonado por los narcotraficantes para financiar su levantamiento.
El general McCaffrey, en concreto, ha subrayado la urgencia de la
situación que se vive actualmente en Colombia y ha calificado este
conflicto de desastre. Opina que la situación del país es tan grave que
hará falta un esfuerzo en toda la zona para vencer a las guerrillas
narcotraficantes de Colombia. En una visita que realizó el 23 de agosto
a Brasil, la mayor potencia política y económica de la zona, McCaffrey
dijo: "Debemos reconocer que el problema del tráfico de drogas se
extiende más allá de las fronteras colombianas. (...) Colombia no puede
enfrentarse a este problema por sí sola." Dado el contexto en que se
hizo esta propuesta, algunos críticos han recordado que Washington dio
una explicación parecida cuando el principal enemigo procedente de
América latina, o "nuestro patio trasero", como califican actualmente a
esta zona los funcionarios estadounidenses, era el comunismo y no el
tráfico de drogas. McCaffrey habla como si preparase una cruzada
purificadora en el resto del hemisferio, y los que no colaboren no
obtendrán el certificado anual de la agencia antidroga.
McCaffrey, cuyo fervor comparan a menudo los críticos con el del
teniente coronel Oliver Nort, reprochó a la Casa Blanca la poca
importancia que daba a Colombia en comparación con otras preocupaciones
internacionales. En opinión de McCaffrey, la administración "no ha
prestado la atención suficiente a una emergencia acuciante y creciente".
De hecho, la situación de Colombia, que empeora a ojos vistas, no se
consideró lo suficientemente grave para preocupar al presidente hasta la
semana pasada, cuando, según el Washington Post, los asesores de Clinton
le presentaron el primer informe sobre el asunto.
¿CUANTA AYUDA Y PARA QUIEN?
Colombia se está convirtiendo rápidamente en el centro de las miras de
EE.UU. en América Latina, y las exhortaciones de McCaffrey parecen haber
vencido toda la resistencia del Departamento de Estado contra la
expansión del papel que EE.UU. desempeña en este país.
El Departamento de Estado considera actualmente la petición de Colombia
de 500 millones de dólares adicionales en ayuda militar a lo largo de
los dos próximos años, una cifra que propuso McCaffrey personalmente
después de que Andrés Pastrana, presidente de Colombia, efectuara la
primera solicitud varios meses atrás. El Pentágono ha reanudado la
formación de las fuerzas de seguridad colombianas, y está mejorando las
redes de espionaje del ejército que se utilizan para seguir los
movimientos de las guerrillas. El comando de defensa de la zona del
Canal de Panamá, a cuyo frente estuvo McCaffrey antes de convertirse en
el zar de las drogas, entrena actualmente un batallón del ejército
colombiano compuesto por 950 hombres, que según el
Washington Post tiene como objetivo principal la recuperación del
control del territorio ocupado por la guerrilla al sur del país. Según
el Pentágono y el Departamento de Estado se prepara la constitución de
otros dos batallones similares.
La eficacia de la relación entre precio y resultado de esta
intensificación de la intervención estadounidense se defiende sobre dos
suposiciones. En primer lugar, EE.UU puede controlar estratégicamente el
uso final de los fondos proporcionados, de forma que se eviten o al
menos se palien las transgresiones de los derechos humanos (lo ocurrido
en El Salvador lo desmiente), y en segundo lugar, los dirigentes de las
FARC, el objetivo primario de la intervención estadounidense, son poco
más que un hatajo de malvados terroristas y codiciosos capos de la
droga, sin respaldo popular. Como en El Salvador, EE.UU. se niega a
reconocer que las atrocidades cometidas por las fuerzas de seguridad
estatales son la mejor herramienta de reclutamiento que posee la
guerrilla. Estas dos suposiciones son absolutamente falsas y no reflejan
en absoluto la realidad del tráfico de drogas y el conflicto civil de
Colombia.
UNA VISIÓN REALISTA DE LA SITUACIÓN COLOMBIANA
Aunque, indudablemente, las FARC generan riqueza por medio del "impuesto
de guerra" que le abonan los fabricantes y traficantes de droga, así
como por medio del secuestro de ejecutivos extranjeros y colombianos
adinerados, no hay pruebas directas que relacionen a los rebeldes con la
exportación de droga a EE.UU. Las pruebas disponibles revelan que entre
los principales transportistas de drogas se encuentran grupos
paramilitares de derechas que colaboran con los capos de la droga, las
fuerzas armadas, los financieros más importantes y los altos cargos del
gobierno.
La creación de los Grupos de Autodefensa de Colombia, título oficial de
las organizaciones paramilitares formadas en la década de 1980, estuvo
financiada en gran medida por las fortunas privadas amasadas por las
antiguas actividades de tráfico de drogas de sus poseedores. De hecho,
los grupos de autodefensa se ilegalizaron en 1989 después de que las
investigaciones del gobierno revelaran que Pablo Escobar, el famoso jefe
del cartel de Medellín, había encabezado una de sus mayores operaciones
paramilitares.
Los paramilitares, compuestos por activistas de extrema derecha
(incluidos muchos oficiales del ejército y la policía) enfrentados
violentamente a las guerrillas y sus simpatizantes, se han convertido en
el estado mayor de la campaña contra las FARC que se desarrolla en
Bogotá. El presidente Pastrana siente una aversión personal contra los
grupos de autodefensa, pero sus esfuerzos por evitar la colisión directa
entre las fuerzas de seguridad colombiana y los paramilitares han sido
inútiles. Por tanto, mientras los helicópteros del ejército atacan de
vez en cuando las plantaciones de coca y adormideras del territorio
rebelde, los capos de la droga y sus
cohortes paramilitares desarrollan sus operaciones de tráfico con
relativa impunidad.
Salta a la vista que los altos mandos del ejército estadounidense no
quieren o no pueden comprender las peculiaridades de la industria
colombiana de los narcóticos, que no sólo influye sobre todos los
aspectos de la vida de Colombia sino que, al parecer, ha alcanzado los
estratos superiores de la oficialía estadounidense; se está investigando
a la mujer del oficial de EE.UU. al mando de la lucha contra las drogar
por haber enviado drogas a su país por valija diplomática.
LA INFLUENCIA CRECIENTE DE McCAFFREY
El general McCaffrey parece ser el político más obsesionado con la idea
de que las guerrillas dependen de los capos de la droga, pero los
diputados Dan Burton (de Indiana) y Benjamin Gilman (de Nueva York) no
andan a la zaga. En una declaración oficial, estos representantes no
mencionaban la implicación de los paramilitares en el tráfico de drogas,
pero subrayaban que los "narcoterroristas" de las FARC obtienen
"aproximadamente 100 millones de dólares al mes en concepto de
beneficios por hacer posible el narcotráfico".
Madeline Albright, la Secretaria de Estado, que se ha mostrado
ligeramente más prudente y objetiva, dice: "tanto las guerrillas como
los paramilitares utilizan el tráfico de drogas para financiarse",
aunque en un artículo de opinión que escribió recientemente insinuaba
que también ella empieza a autorizar la eliminación de la fina línea
entre el cultivo de drogas y los levantamientos civiles. Las antiguas
diferencias establecidas por Albright no sólo escapan al entendimiento
de Gilman y Burton, sino que no reflejan la realidad de los narcóticos
en Colombia, que, como explica el diario londinense The Economist,
consiste en que "los grupos paramilitares de derechas y los traficantes
a los que protegen están mucho más involucrados en el negocio de la
droga, y la DEA (la administración estadounidense de lucha contra el
tráfico de drogas) conoce este hecho".
Otro aspecto preocupante de la política estadounidense actual es la
alianza de hecho, activa y bien documentada, del ejército y los grupos
paramilitares para luchar contra las FARC y la pequeña fuerza de
izquierdas conocida como Ejército de Liberación Nacional (ELN). Los
paramilitares son famosos por su brutalidad, y no sólo dirigen sus
agresiones contra las guerrillas, sino, como dice un importante
funcionario de asuntos humanitarios, contra "cualquiera que esté
involucrado en la defensa de los derechos humanos".
En 1991, el ejército colombiano, en colaboración con la CIA,
reestructuró sus redes de inteligencia para enfrentarse con más eficacia
a las guerrillas. Los agentes de seguridad de este país colaboraron
estrechamente con los paramilitares para aumentar su eficacia contra las
guerrillas y los civiles sospechosos de simpatizar con ellas. Sin
embargo, el apoyo oficial de los paramilitares llegó más allá de
proporcionar información secreta, e incluyó los ejercicios conjuntos de
combate con las fuerzas armadas colombianas. Los militares tomaron parte
en varias atrocidades como resultado de esta colaboración con los
paramilitares, hasta el punto en que incluso el Departamento de Estado
tuvo que reconocer que "las fuerzas armadas colombianas cometieron
numerosas transgresiones graves de los derechos humanos".
A pesar de que Bogotá sostiene lo contrario, el enlace entre militares y
paramilitares sigue con vida. Un ejemplo reciente de esto ocurrió el 26
de julio, cerca del límite municipal de Curumani. A las siete de la
mañana, aproximadamente, un grupo de paramilitares armados secuestró y
asesinó posteriormente a varios campesinos de El Cano-San Ignacio. Los
paramilitares, uniformados y fuertemente armados, huyeron a continuación
a la cercana ciudad de Curumani, donde tuvieron que pasar por la base
militar o por la comisaría de policía que vigilan las entradas de la
ciudad. Los observadores añaden que las instalaciones militares y
policiales se reformaron y se fortificaron hace poco con equipo y
personal nuevos; sin embargo, no se detuvo a los asesinos.
Las FARC también han transgredido los derechos humanos, pero la alianza
entre el ejército y los paramilitares es responsable de un porcentaje
desproporcionado de todos los asesinatos por motivos políticos;
aproximadamente un 70%, según el cálculo de varias organizaciones, de
toda fiabilidad, que se dedican a la defensa de los derechos humanos.
¿UN EXPEDIENTE LIMPIO?
Sorprendentemente, la proposición de McCaffrey de aumentar drásticamente
la ayuda al ejército colombiano puede encontrarse con la oposición del
congreso, sobre todo por parte de los diputados Gilman, presidente del
comité de relaciones internacionales, y Burton, presidente del comité de
reforma gubernamental, así como de la izquierda. En circunstancias
normales, los dos diputados mencionados, de la línea dura, habrían
respaldado cualquier acción emprendida contra las guerrillas de
izquierda, pero en este caso se han convencido de que el ejército
colombiano no es un aliado fiable en la guerra contra las drogas. Gilman
y Burton sostienen que en vez de dirigir las ayudas a las
desprestigiadas fuerzas armadas, EE.UU. debería destinar los fondos casi
por
completo a la Policía Nacional de Colombia, encabezada por el general
José Serrano, cuya "labor no es la lucha contra la insurgencia, sino
contra los narcóticos".
Sin embargo, en diversas ocasiones, la lucha contra la insurgencia
parece ser precisamente la "labor" de la policía. En los últimos años,
los paramilitares han llevado a cabo numerosas masacres con el apoyo
tácito e incluso abierto de las unidades de policía de las zonas
afectadas. En octubre de 1997, la brigada de estupefacientes de la
ciudad de Miraflores dio la bienvenida a los paramilitares en un
aeródromo local gestionado conjuntamente por la policía y el ejército.
Durante los tres días siguientes, los paramilitares asesinaron a seis
supuestos colaboradores de la guerrilla. Según afirman los residentes de
la zona, la policía era consciente de lo que sucedía, incluidas varias
amenazas de muerte, pero no hizo nada por evitarlo. Los asesinos no han
sido castigados por ello, y no parece que se esté llevando a cabo
ninguna investigación.
Otros incidentes en los que estuvo involucrada la alianza de hecho entre
los paramilitares y la policía ocurrieron en las ciudades de Mapiripán,
en julio de 1997, y Chalán, en octubre del mismo año. En el caso de
Chalán, la policía parecía castigar a los habitantes por lo que
consideraba un apoyo de la guerrilla. Después de una redada de rebeldes
en la ciudad, la policía retiró todas sus fuerzas, a pesar de que, según
los observadores, había recibido el aviso de un inminente ataque de los
paramilitares. A lo largo de las semanas siguientes, los paramilitares
amenazaron y después asesinaron a varios profesores locales, dirigentes
comunitarios y granjeros, y obligaron a otros muchos a huir de la zona,
como refugiados internos.
Después de la incursión de los rebeldes, el general Serrano, considerado
por algunos diputados "el mejor poli de América latina" dijo: "Si la
población civil no colabora, retiraremos a la policía." El ayudante de
Serrano añadió: "La población de Chalán no se merece la policía que
tiene. La gente tiene que elegir entre apoyar a la guerrilla y apoyarnos
a nosotros."
A pesar de estas actitudes tan poco profesionales, hay que reconocer que
la policía respeta los derechos humanos algo más que el ejército. Sin
embargo, la creencia de que es posible ayudar económicamente a cualquier
elemento de las fuerzas de seguridad colombianas sin contribuir a las
transgresiones de los derechos humanos se apoya en una base falsa. Fue
por esto por lo que la enmienda de Dodd-Leahy, con buen tino, prohibió
la entrega de ayuda militar a cualquier batallón de las fuerzas armadas
colombianas que fuera cómplice de las transgresiones de los derechos
humanos, con lo que al final sólo quedó una unidad militar que pudiera
optar a la ayuda estadounidense en todo el ejército.
Las superficiales suposiciones en que se basa el apoyo estadounidense a
la lucha contra la droga en Colombia ejemplifica la debilidad general de
la política antidrogas de EE.UU. La incapacidad por parte de Washington
y Bogotá de reducir sustancialmente la producción de narcóticos en
Colombia (o el consumo en EE.UU.) demuestra que una política de
confrontación o intervención directa, incluida la fumigación aérea y la
fortificación de los arsenales militares y policiales, es corta de miras
e incluso contraproducente.
DESIGUALDAD, DROGAS Y REBELIÓN
La política estadounidense ha obviado sistemáticamente las bases
económicas y sociales que hay detrás del tráfico de drogas y de la
rebelión de la guerrilla. Muchos de los productores que sufren las
fumigaciones aéreas y otras tácticas agresivas son campesinos pobres que
dependen del cultivo de drogas para sobrevivir. A menudo, los pobres
colombianos denominan a la coca "la planta sagrada", porque, como
explicaba un campesino de la comunidad rural de Miraflores, "es la única
que nos da lo suficiente para vivir". El uso de la fuerza contra esta
gente pasa por alto el problema crucial, que es su falta de alternativas
económicas viables.
Sin embargo, los diputados Gilman y Burton sostienen que el motivo por
el que en Colombia se producen tantas drogas no es la falta de
alternativas, sino que es culpa de la reticencia por parte de la
administración de Clinton a la hora de donar más helicópteros Black Hawk
estadounidenses a la policía colombiana con fines de fumigación y
vigilancia. Los legisladores lamentan que "la policía tenga sólo 19
helicópteros operativos", y reprochan al Departamento de Estado su
incapacidad para "entregar un solo helicóptero a tiempo".
Cecilia Zárate Luán, la respetada directora de la Red de Apoyo
Colombiana, una organización con sede en Madison (Winsconsin) rechaza
estas ideas simplistas e insiste en que la desesperación del campesinado
colombiano es el factor que determina el cultivo de drogas. En palabras
de Zárate: "Los campesinos tienen dos opciones: ir a las grandes
ciudades y dedicarse a la mendicidad o a la prostitución, o ir a
colonizar la tierra de la selva." Zárate añade: "Los campesinos
colombianos que cultivan coca son el resultado de problemas sociales,
políticos y económicos que no pueden resolverse y no se resolverán por
medio de la intervención militar."
De igual modo, sólo es posible entender la guerra de guerrillas después
de comprender sus raíces
socioeconómicas. Las desigualdades de distribución de la tierra y los
ingresos en Colombia, y las diferencias entre la forma de vida, están
entre las peores de América Latina: un 3% controla el 70% de la tierra
cultivable.
Según el cálculo de las organizaciones de defensa de los derechos
humanos, se calcula que casi el 50% de los colombianos vive por debajo
del umbral de la pobreza, y tres cuartas partes viven en zonas rurales.
El empleo a tiempo completo, además, no garantiza unas condiciones de
vida aceptables. Se calcula que el salario de casi un 60% de los
empleados no es suficiente para satisfacer las necesidades básicas de
alimentación y sanidad.
Con el país en caída libre económica, acuciado por una altísima
delincuencia, 1.000 personas hacen cola todos los días en la embajada
estadounidense de Bogotá con la esperanza de obtener un visado que les
permita huir del país y la miseria en que se encuentra. Hay que volver a
la depresión de 1929 para recordar una época así de dura en Colombia. La
situación actual es explosiva, y sólo la paz, la desmilitarización y una
reforma económica podrían contribuir a mejorarla. Lamentablemente, la
única respuesta que se le ha ocurrido a Washington es una militarización
del punto muerto en Colombia, arriesgándose a una intervención militar
estadounidense a gran escala, que como ya ocurrió en El Salvador,
Nicaragua, Guatemala y Haití, impulsará a cientos de miles de
colombianos a huir a EE.UU. Desgraciadamente, el modelo de intervención
de Washington carece de adecuación política y adolece de planes de
arreglo rápido basados en la aplicación de la fuerza. Washington tampoco
tiene una respuesta a la pregunta de que si la creciente presión
política a que se somete a Pastrana desde todos los lados puede anular
su eficacia como presidente, ahora que este país va de cabeza al
conflicto.
Los alarmantes indicadores sociales de Colombia, además de ayudar a
explicar los incentivos de la producción de drogas, justifican en parte
el amplio apoyo de la guerrilla en las zonas rurales. En lugar de seguir
subvencionando las dudosas instituciones antidroga de Colombia o dar el
peligroso paso de ampliar el alcance de la guerra para incluir una
campaña más explícita contra la guerrilla, Washington debería considerar
la posibilidad de proporcionar más apoyo al aumento de la igualdad
económica, la justicia social y el establecimiento de un proceso
político verdaderamente democrático.
El efecto inmediato de este apoyo por parte de Washington consistirá en
inyectar vida en las moribundas negociaciones de paz entre la
administración de Pastrana y las FARC. En julio, tanto Washington como
Bogotá reprocharon a las FARC (que se mostraban reacias a sentarse a
negociar) que optaran por organizar una ofensiva en vez de negociar con
Pastrana. En parte, las guerrillas merecen la crítica por su habitual
negativa a emprender negociaciones, pero dado el nefasto resultado de
sus experiencias anteriores con el proceso de paz, no se puede culpar a
los líderes actuales por repudiar la diplomacia, aunque su estrategia
parezca extraña en ocasiones.
En 1985, los antiguos dirigentes de la guerrilla constituyeron el
partido Unión Patriótica (UP) en un esfuerzo por abandonar las armas y
participar pacíficamente en la sociedad civil. Los candidatos de UP, con
una cartera política y económica radicalmente distinta de la de las
plataformas liberal y conservadora, tuvieron un enorme éxito popular;
aproximadamente 4.000 de sus candidatos obtuvieron cargos estatales y
municipales.
En una lección que ha aprendido la generación actual de dirigentes de
las FARC. Prácticamente todos los miembros de la UP fueron asesinados
sistemáticamente por la extrema derecha, sin que se resolvieran los
casos ni se llevara a juicio a los sospechosos. Curiosamente, entre los
asesinados estaban los dos miembros de la UP que se iban a presentar a
las elecciones presidenciales.
EL PEZ CHICO Y EL CENTRO DEL PROBLEMA
Una política estadounidense más sensata también debería incluir un
enfoque más cercano a su casa del asunto de la droga. Por ejemplo, la
administración de Clinton podría considerar la posibilidad de tomar
medidas enérgicas contra las empresas estadounidenses y occidentales
involucradas en la exportación a Colombia de enormes cantidades de los
productos químicos necesarios para extraer el alcaloide de la planta.
El proceso de la droga, según la DEA, es un proceso extremadamente
"complicado", que requiere "un equipo y unos conocimientos muy
avanzados", así como "costosos productos químicos" como el permanganato
de potasio, el éter y la acetona, "que son difíciles de encontrar y a
menudo no se fabrican en el país en que se procesa la droga". Sin duda,
los que sufren la agresión de la lucha estadounidense contra las drogas,
dirigida sobre todo a los campesinos colombianos, insignificantes peones
de este negocio, y a las guerrillas, no son los principales partícipes
de esta lucrativa industria internacional.
EE.UU. también debería considerar la posibilidad de dedicar estos fondos
a una investigación exhaustiva de los principales bancos y empresas
multinacionales que blanquean los millones de dólares procedentes del
tráfico de drogas. El volumen del dinero blanqueado ha aumentado en los
últimos años, aunque la percepción pública de este problema ha
disminuido.
Alberto Galán, hermano de Luis Carlos Galán, uno de los candidatos a la
presidencia de Colombia que fueron asesinados, subrayaba la debilidad de
la política estadounidense al no explorar esta conexión entre las
empresas privadas y las drogas. Washington, en palabras del señor Galán,
evita "el centro del problema, los vínculos económicos entre los mundos
legal e ilegal, las grandes corporaciones financieras. Sería mucho más
razonable atacar y procesar a los pocos que se encuentran en la cima del
negocio de la droga que llenar las cárceles con miles de peces chicos."
Aunque es posible que Washington no esté en disposición de llevar a cabo
medidas tan drásticas, por lo menos debería tomar nota de las
complejidades de las luchas intestinas de Colombia, un conflicto que no
se puede reducir a la ingenua noción de las "narcoguerrillas" de
McCaffrey, y un problema que no se resolverá sólo por medio de la
fuerza.
[Fuente: Nick Trebat, investigador adjunto. The Council on Hemispheric
Affairs. Lunes 24 de agosto de 1999]
From: Editor Equipo Nizkor nizkor@teleline.es
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