Tlahui-Politic. No. 8, II/1999
¿Camino hacia la paz o hacia la guerra?
Información enviada a Mario Rojas, Director de Tlahui. Colombia, a 27 de Octubre, 1999. ¿Camino hacia la paz o hacia la guerra?. Por Sergio Ramírez.
El Alto Comisionado para la Paz (Víctor J. Ricardo), representado al
gobierno colombiana, y las FARC-EP, por sus voceros (Raúl Reyes, Joaquín
Gómez y Fabián Ramírez) en la mesa de negociación, expresaron en reciente
declaración pública su voluntad en la búsqueda de una solución política
negociada ,por lo cual dicen: "hemos acordado dar instalación formal a la
mesa de los diálogos de la negociación .... Con la finalidad de desarrollar
la agenda común acordada "Agenda hacia una Nueva Colombia" que permita
llegar a un acuerdo para encontrar la paz de los colombianos". Analizar el
significado de tal acuerdo, en las condiciones actuales de Colombia, es la
razón de este artículo.
Lograr la paz es una aspiración largamente sentido por el pueblo
colombiano. Tal comunicado encierra una esperanza. Nadie podría
manifestarse en contra de esa aspiración. Desde todos los rincones del
mundo se alzan voces en pro de la paz. Pero ella no sólo es una palabra
grata a los oídos. Encierra para los explotados, pobres, ultrajados y
segregados una dimensión mayor. Definida en igualdad social, política y
económica. Además, respeto a los DD.HH., justicia, sanción a los criminales
que han asesinado a miles de modestas personas, oportunidades democráticas,
etc. Connotaciones que la clase dirigente colombiana, que no tiene voluntad
de paz, no está dispuesta a aceptar, en pos de la defensa de sus intereses
de clase. Esta realidad es la que definirá, en última instancia, los
propósitos de la declaración citada y las esperanzas de un pueblo. La
historia social de Colombia registra muchas páginas que ilustran al respecto.
La oligarquía colombiana, apoyada en los aparatos represivos del Estado, ha
convertido cada iniciativa de paz en cálculos económicos sobre los mayores
ingresos que obtendría si lograba derrotar violenta o políticamente a la
insurgencia. Nunca ha visualizado la paz inmersa en un proceso de cambios
necesarios para el desarrollo del país, en función de los intereses y
necesidades de las mayorías nacionales. Nunca los reaccionarios y los
detentores del poder económico arriesgarán su dominación clasista y sus
ganancias fabulosas en una mesa de negociación. Nunca se inclinarán ante
argumentos de justicia, DD.HH., democracia, patria, etc. Su razón de ser es
la bandera de los piratas, que flamea en sus bancos, empresas, fábricas,
haciendas y lujosas propiedades.
Nadie puede olvidar que cuando se han desmovilizados contingentes
guerrilleros, bajo promesas de paz, reinserción y cambios, siempre se han
frustrados tales esperanzas. No se produjeron las transformaciones
sociales, económicas, políticas, educacionales y culturales que adornaron
las mesas de negociaciones. El pueblo pudo comprobar que lo que se había
prometido, a un grupo de soñadores de las bondades y seriedad de los
compromisos contraídos por la oligarquía, se convertía en perfeccionamiento
y consolidación del modelo social vigente, erigido sobre bases clasistas
para profundizar las desigualdades sociales, fortalecer el Estado
terrorista, corrupto y excluyente. Estado que no sólo representa los
intereses de una minoría, sino que también es utilizado para defender sus
intereses de clases, reprimiendo criminalmente a todos los que se rebelen
contra su dominación. Este tipo de Estado no puede calificarse de derecho.
Está cautivo y monopolizado para proteger a un grupo insignificante. No
represente a todo el pueblo colombiano ni al interés de la nación.
Dentro de esta realidad, se realiza el actual quinto intento de paz entre
uno de los destacamentos insurgentes y los "representantes" políticos del
Estado. Los propósitos de los firmantes del citado comunicado conjunto son,
sin duda loables. Pero muchos se preguntan: ¿cual será el desenlace futuro
de tales iniciativa? ¿Tales mecanismos conducen realmente a la paz?.
Interrogantes absolutamente necesarios y justos cuando se puede comprobar y
demostrar que la clase dirigente colombiana ha entendido los anteriores
procesos de paz como oportunidades para derrotar a la insurgencia en la
mesa de negociación. Si en este quinto intento de paz actúa con ese
tradicional objetivo, se estaría frente a una nueva falacia de la
oligarquía para derrotar políticamente a la guerrilla, ante su fracaso de
lograrlo por las armas. Además, lograría aplastar, frustrar, las esperanzas
del pueblo colombiano.
LOS ENEMIGOS DE LA PAZ SON PODEROSOS
Los enemigos reales de la paz son fuertes. Cuentan con poderosos aliados.
Junto a ellos se agrupan todos los que se benefician y usufructúan del
sistema actual: Narcotraficantes, militares, políticos, funcionarios
corruptos, paramilitares; barones electorales, terratenientes, altos
industriales y comerciantes. Todos hacen causa común en contra de los
esfuerzos de paz y se oponen a que tal proceso signifique justicia social o
que se traduzca en una modificación de las estructuras clasistas del
sistema, que perpetúa viejos privilegios. Frente a este enemigo es
necesario estimular, organizar y desarrollar la participación popular,
abrir nuevos espacios de lucha para quienes están dispuestos a sumarse a
las trincheras de los que defienden legítimas esperanzas y reivindicaciones
del pueblo.
En Colombia se expresan diferentes factores que proyectan el proceso en
dirección contraria a los esfuerzos de una salida política a la situación
de guerra imperante. Analizarlos, permite una mejor comprensión del proceso
colombiano y una mejor fundamentación para dar respuestas a los
interrogantes señalados.
El Estado se prepara permanentemente más para la guerra que para la paz.
Desarrolla una desenfrenada carrera armamentista. Millones de dólares para
los militares son invertidos en fortalecen la maquinaria de la muerte. La
adquisición de armamentos y pertrechos militares modernos, consumen gran
parte del presupuesto estatal, mientras las carencias de servicios
educacionales y de salubridad marginan a miles de pobres de recibir mínimos
beneficios. El objetivo principal de quienes controlan el Estado es todo
para la guerra. Así, el Congreso legisla para la guerra aprobando
presupuestos y toda clase de medidas que consoliden el estado de guerra. Al
mismo tiempo, por ejemplo, es incapaz de aprobar una ley de canje de
prisioneros de guerra, que facilitaría las condiciones para impulsar el
proceso de paz en desarrollo.
Este grupo hegemónico, a pesar de estar consciente de la crisis que afecta
al país, no sólo es incapaz de levantar propuestas y de impulsar
iniciativas que se traduzcan en un plan nacional para superar la situación
existente, sino que, además, rechaza cualquier iniciativa que atente contra
sus intereses de minoría inscrustada en el poder, mientras se inclinan
reverentes ante las determinaciones de EE.UU., que aceptan sin
condicionamiento u oposición. Se asiste al espectáculo indigno e
incomprensible de que todas las propuestas de miles de proyectos
alternativos, presentados por instituciones de la sociedad civil y
organismos internacionales, en las más diversas esferas (economía,
desarrollo, medio ambiente, democratización, etc) son sistemáticamente
desestimados por la elite que controla el Estado. El mismo rechazo se
expresa a las propuestas de la insurgencia. En efecto, históricamente,
desde el mismo instante de su nacimiento, las organizaciones insurgentes
han planteado alternativas de solución a los más diversos problemas y
conflictos sociales (tenencia de la tierra, modelo económico, facultades de
los organismos de representación, sistema de gobierno, régimen político,
etc). Todo lo que no provenga del círculo que disfruta de las prebendas del
poder, ha sido rechazado. Por eso, la realidad se expresa en una conclusión
evidente: la burguesía colombiana es antidemocrática, excluyente y carente
de todo interés por solucionar los problemas nacionales. Y, en relación a
la paz, son partidarios de la guerra porque ésta les da mayores dividendos
económicos y acrecienta su poder.
La guerra convencional que realiza el Estado está implementada con
características marcadas de "guerra sucia" y de asesinatos selectivos de
dirigentes y militantes de las organizaciones contrarias al sistema de
dominación. A tales propósitos se adaptan estrategia y estructuras de las
instituciones castrenses, pero conservando sus características de ser uno
de los aparatos del Estado más corruptos, cuyos asesinos y violadores de
los DD.HH. están protegidos, no sólo por una impunidad que nace de los
dependencias de un poder judicial, también corrupto, que aplica leyes
clasistas para encubrir el crimen organizado de los militares, sino también
por el terror que someten a la población. El terror silencia denuncias.
Muchos no se atreven a denunciar porque si lo hacen, arriesgan sus vidas.
El Estado, ante la incapacidad y fracaso de derrotar mediante métodos
convencionales de enfrentamientos armados, recurre a la guerra sucia. Los
mandos militares ponen en práctica los conocimientos adquiridos en las
escuelas y manuales del Pentágono Promueven, organizan y adiestran fuerzas
paramilitares y logran parte de su financiamiento operativo con los aportes
de las bandas de narcotraficante. Operaciones realizadas con precauciones
para lograr la apariencia que esos grupos de asesinos son organizaciones
independientes del mando militar. Estos aspectos de la guerra sucia son un
pálido reflejo de un Estado que, bajo la apariencia de estar determinado
por una legalidad democrática, ejecuta acciones propias de delincuente que
goza de su autoproclamada impunidad. A partir de estas falacias, se
construyen imágenes publicitarias y estadísticas elaboradas por
beneficiados del sistema que buscan distorsionar la verdad respecto a las
violaciones de los DD.HH. Sus manipulados antecedentes señalan que los
paramilitares son los principales violadores, a continuación estaría la
guerrilla y, por último, los militares. Lo sucio de la guerra está
determinado por la doble moral de quienes tienen el control de los aparatos
del Estado. Es la doble moral del Estado que obra como delincuente y
cómplice al promoverá el paramilitarismo como estrategia contrainsurgente,
dirigida y articulada a la estrategia de guerra de sus aparatos castrenses.
LOS FRENTES CRIMINALES Y EL IMPERIO
Las FF.AA son principales opositores a una solución del conflicto armado.
Su capacidad de maniobra contra el proceso de paz se mantiene íntegro.
Sobrepasan toda determinación del Ejecutivo que atente contra con su
posición guerrerista, opositora a cualquier cambio. Mediante falsos
informes sobre las actividades de las organizaciones insurgentes en la zona
de despeje, justifican operativos contra civiles, realizan campañas por una
confrontación militar más aguda, intensifican la "guerra sucia" y aumentan
su colaboración con las organizaciones paramilitares .Sus determinaciones
influyen decisivamente en los grupos que controlan los restantes aparatos
del Estado. Las cúpulas castrense, desde los regimientos, planifican el
asesinato selectivo, considerando los efectos políticos e incidencia en el
proceso de paz. Para realizar sus planes guerrerista han creado una
estructura militar paralela (clandestina), compuesta por oficiales
encargados de dirigir e impulsar la guerra sucia, el paramilitarismo, los
asesinatos selectivos y la represión a muerte a cualquier manifestación de
oposición. Todo ello lo ejecutan gracias a sus 3 frentes criminales. El
primero, el paramilitarismo, con accionar en el campo y áreas suburbanas,
dirigidos por Carlos Castaño, coordinado con los mandos de las fuerza
pública en cada región. Los Paramilitares son los encargados de asesinar a
la población campesina y desalojarlos de los lugares donde viven por
simpatizar con los objetivos de lucha insurgente.
El segundo aparato de exterminio lo conforman Los Escuadrones de la Muerte.
Operan en los centros urbanos, dirigidos por oficialidad en retiro. Cuentan
con el apoyo de los militares de la zona con apoyo en los cuarteles y con
cuerpos especializados de sicarios encargados de asesinar los dirigentes
populares, de izquierda e intelectuales. Y, el tercer y más importante
bastión de los criminales lo conforman Las Fuerzas Armadas, financiadas
por el Estado, la ayuda y los préstamos de los Estados Unidos y con el
dinero del narcotráfico.
La intervención militar norteamericana en el conflicto colombiano es algo
absolutamente comprobada. Además, sus "expertos" son los que elaboran y
dirigen la estrategia que tratan de desarrollar las Fuerzas Armadas, para
justificar una intervención foránea. Algunos de los elementos de esta
estrategia son:
Asociar el conflicto político-militar colombiano con el problema del
narcotráfico; tolerar el narcoparamilitarismo como mal necesario;
Identificar el conflicto colombiano como un peligro a la seguridad de
EE.UU. y como foco de contaminación de los países de la región, por lo cual
éstos debieran conformar una fuerza militar de intervención para defender
así la seguridad de la zona.
Las consecuencias de una política oficial de todo para la guerra provoca
una situación económica y social desastrosa para el pueblo: destruye la
familia, desarraiga a comunidades campesinas enteras, divide y dispersa a
la sociedad, generaliza la violencia a todos los planos de la de las
manifestaciones humanas.
Esta crisis se agrava día a día. Todo se trastoca y adquiere relieves que
parecen irreversibles, dado que la actividad que más fuerza "laboral" ocupa
es la guerra. Así, mientras en los sectores populares aumenta la violencia,
en la clase dominante se institucionaliza la corrupción, el robo, la usura,
la venta ignominiosa de las riquezas naturales, productivas y de servicios a
la banca transnacional y a las multinacionales controladas por el capital
norteamericano.
CONSOLIDAR LUCHA CONJUNTA
En Colombia hace muchos años ha sido asesinada la oposición civil y la
única oposición posible a esa política de exterminio es la armada. Además,
el movimiento guerrillero es, indiscutiblemente, una fuerza en la vida
política de Colombia, por lo cual, está en condiciones de impulsar una
solución política y si fracasa ésta por la acción de los partidarios de la
guerra, sería capaz de seguir la lucha armada con claras perspectivas de
vencer. La realidad no puede ser ocultada. Pastrana no tiene un
planteamiento claro de diálogo y búsqueda de un proceso de negociación con
el conjunto del movimientos insurgentes. Ha iniciado un proceso con las
FARC-EP, pero mantiene una actitud negativa en relación a incluir en el
mismo proceso al Ejército de Liberación Nacional (ELN). Tampoco ha dado
respuesta a la propuesta de diálogo que ha formulado el Ejército Popular de
Liberación de Carabayo. Intenta establecer escenarios diferenciados con los
distintos grupos guerrilleros, cada uno por su lado, con el fin de
manipular, de generar contradicciones en la insurgencia, pretende
identificar el tema de la paz con la sustitución de cultivos ilegales -coca
y amapola- como elemento principal de una posible política alternativa de
"cambios". Para enfrentar con éxito estas y otras maniobras está la
presencia de parte del movimiento guerrillero en la negociación, pero
también se debe contar con la presencia del pueblo en la calle exigiendo
reivindicaciones y cambios democráticas en el país. Sin el pueblo en la
calle y sin un movimiento armado fuerte, no habrá paz en Colombia. El
pueblo colombiano tiene ante si la tarea ineludible de luchar por la
ampliación de los escenarios de negociación establecidos. Estos no se
pueden reducir a parcelas donde las cosas pudieran ser manejables por los
tradicionales enemigos y asesinos del pueblo. Entre las organizaciones
populares y el movimiento guerrillero hay elementos plenamente
coincidentes. En efecto, el movimiento insurgente, de hoy y de ayer, ha
luchado, siempre, por las reivindicaciones pueblo y de los trabajadores.
Sus actuales postulados de cambios revolucionario son coincidentes con las
reivindicaciones del movimiento popular. Tales coincidencias son la
principal herramienta para frenar los intentos del gobierno de Pastrana de
estimular diferencias e instrumentalizarlas para colocar a movimiento
guerrillero contra movimiento guerrillero, y a éstos contra el movimiento
popular.
El movimiento guerrillero y el pueblo colombiano deben consolidar su
quehacer conjunto en la lucha por la paz democrática, expresada como camino
a la conquista de justicia social con igualdad para el pueblo. Es decir,
sobre la base de que si no se consideran el tema social y el cambio modelo
económico en la negociación, no podrá avanzar el proceso de paz . Ante tal
fracaso se clarifica más el horizonte de la lucha revolucionaria.
From: Comité Internacionalista Arco Iris ale.ramon@numerica.i
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