El Plan Cóndor y Banzer los Crímenes De La Dictadura
Tlahui-Politic 9 I/2000. Información enviada a Mario Rojas, Director de Tlahui. Bolivia, a 2 de Marzo, 2000. Correos para la emancipación, comentarios, análisis y noticias de Nuestra América. Año II, Número 22, 28 de febrero de 2000. Director: Fernando Ramón Bossi.
Bolivia: El Plan Cóndor y Banzer
Los Crímenes de la Dictadura
Escribe Osvaldo "Chato" Peredo
Cada vez es más desagradable el olor que despide la olla que se viene
destapando con motivo de los crímenes de la dictadura banzerista de la
década del '70. La persistencia de muchos familiares de desaparecidos y
víctimas de esa noche de terror, empieza a rasgar el velo de olvido e
impunidad con que se manejó este tema. Hoy resulta ya inocultable que la
internacional de la muerte que fraguó el Plan Cóndor tuvo en aquel régimen
la contraparte boliviana; pero, para consuelo de tontos y de ciegos, los
crímenes en nuestro país ciertamente no resultaban tan llamativos
cuantitativamente, comparados con los miles de desaparecidos en Argentina,
Chile, Uruguay y Brasil, para citar sólo a los escalofriantes casos del
Cono Sur.
Hace unos días atrás, Banzer se vio obligado a reconocer la existencia de
un desaparecido. Hoy, la comedida defensa que hacen del actual mandatario
no hace más que enfangar aún más el uniforme del ex-presidente de facto.
Desde el cinismo de un ex-falangista que hoy oficia de jefe departamental
de ADN, que ignora la existencia de esos crímenes, hasta el intento de
hacer aparecer a las víctimas como un lógico resultado de una confrontación
que hoy sería preferible olvidar; todos los argumentos que se esgrimen
desde las esferas de gobierno no pueden ocultar la magnitud del terror que
se desató en aquella década fatídica.
Entre los recientes pataleos respecto al tema, se ha vuelto a repetir la
cantaleta de que el tema "se está politizando". Por supuesto que los
crímenes de la dictadura son un tema particularmente político, pues ponen
de manifiesto la forma de reprimir a políticos que disentían con esa
dictadura. Otra cosa es observar que no falten figurones que procuran hacer
bandera de este tema para llevar agua a sus propios molinos. Pero ni
siquiera esos empeños pueden o deben ser óbice para que se averigüe la verdad.
En el caso mío y de mi hermano Antonio, hemos sido testigos y colaboradores
permanentes de los esfuerzos de mi madre por encontrar los restos de mi
hermano "Coco" Peredo, muerto durante las acciones guerrilleras del '67.
Todos los presidentes que se sucedieron en el Palacio Quemado recibieron a
su turno una carta de mi madre, indagando por los restos de su hijo para
darle una cristiana sepultura. Su peregrinar no tuvo ribetes
espectaculares, ni siquiera públicos, porque a veces la prensa se ocupa de
cosas más importantes que el dolor de una madre o de la suerte de una vida
humana. La respuesta fue el silencio, en el mejor de los casos, cuando no
la burla y la prepotencia. Exactamente igual a lo que le ocurre ahora a la
familia del diputado socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz, por ejemplo,
quien fuera asesinado junto a Gualberto Vega y Carlos Bedregal durante el
golpe de García Mesa; y a las decenas de familiares de los caídos en las
guerrillas de Teoponte en 1970, a quienes autoridades de las Fuerzas
Armadas sistemáticamente niegan información para dar con el paradero de sus
restos.
Fue esa misma prepotencia la que llevó en su momento al entonces coronel
Banzer a declarar públicamente, que cuando se encontrara un comunista, se
lo llevaran vivo o muerto, que él se responsabilizaba de ello. ¿Por
qué entonces ahora se niega esa responsabilidad? Eran otros tiempos, cuando
el poder lo mareaba y no había freno a la arbitrariedad con que manejó a un
país aterrorizado, sin dar cuentas a nadie más que a los que le hicieron el
favor de volverlo presidente: sus homólogos militares del Cono Sur, por
encargo del tío Sam y sus aliados eventuales de un "frente" que avergüenza
hasta hoy a sus protagonistas. Con el sambenito de "comunista",
"extremista" y "delincuente subversivo", toda voz disidente fue acallada.
Pero se fue más lejos. El terror no sólo se utilizó para reprimir a
eventuales enemigos, sino que fue una estrategia orientada a inhibir toda
forma de solidaridad y compromiso. El uso de la tortura, esa abyecta forma
de degradar al individuo, fue práctica cotidiana en centros oficiales de
reclusión como El Pari, en Viacha, en Achocalla, en las casas de seguridad
que proliferaron para reprimir.
Muchos arriesgamos la vida, consecuentes con nuestros ideales, y a
sabiendas de esos riesgos, continuamos nuestra lucha antidictatorial. Hubo
compañeros que cayeron en ese empeño; pero, incluso a los enemigos en
tiempos de guerra, se les reconoce un trato humano que fue sistemáticamente
desconocido por los esbirros de entonces. No se salvó ni un ex-compinche,
Andrés Selich Chop (ex-ministro del interior de la dictadura),
muerto en la casa de otro ministro del interior que hoy, en pago a sus
inestimables servicios, continúa premiado como asesor de primer orden del
partido gobernante.
No debe extrañar, en consecuencia, el enorme escozor que supone para los
actuales gobernantes, volver a tocar este espinoso tema. Porque el juicio
no puede quedarse en el señalamiento de los autores materiales de los
crímenes, de la tortura, de las desapariciones. Hay responsabilidades y hay
que asumirlas con valentía. ¿Será mucho pedir?
En vez de tapar el sol con un dedo, los inteligentes asesores del general
deberían advertirle que, el 2002, se le acaba el mandato. Aunque siempre
quedará el recurso del síndrome de Alzheimer.
Desde: "Emancipación. Argentina" emancipa@infovia.com.ar
From: Comité Internacionalista Arco Iris ale.ramon@numerica.it
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